Javier Milei se subió al altar del templo evangélico más grande del país como si fuera un apóstol libertario, pero lo que predicó poco tuvo que ver con los Evangelios. Desde Chaco, el presidente no solo despotricó contra la justicia social —a la que calificó como “envidia con retórica”—, sino que lo hizo en un evento donde el acceso general costaba $30.000 y el pase VIP, $100.000. ¿El mensaje de Cristo de dar al pobre y cuidar al prójimo? Enterrado bajo una montaña de entradas pagas y frases de mercado.
En plena ceremonia religiosa, rodeado de luces, megafonía y un auditorio que parecía más un estadio que una iglesia, Milei convirtió el púlpito en una tribuna de ajuste. Mientras Jesús echaba a los mercaderes del templo, el presidente parece haberlos invitado a armar stands. Predica en nombre de Dios, pero repudia la solidaridad. Pide fe, pero vende lugar. Si esto es amor divino, ¿qué quedará para el infierno fiscal que propone su gobierno?
